Cada país tiene su propia alma, y una cultura diferente a cualquier otro.
Aún teniendo en cuenta todos los puntos en común que puedan existir entre culturas, sus obras literarias y artísticas, toda cultura tiene algo que la distingue de las demás. Son estas ligeras distinciones las que definen los rasgos y características únicas de cada pueblo.
A veces encuentras particularidades y diferencias de costumbres y tradiciones de una región a otra en un mismo país, diferencias vistas no como enfrentadas sino como ingredientes que aportan diversidad y riqueza, de modo que cada pueblo destaca la cultura que lo distingue y la literatura y las artes producidas en su seno.

Desde mi llegada a la hermosa ciudad de Vigo, he intentado, en la medida de lo posible, familiarizarme con pequeños rasgos sobre las costumbres y la cultura de la gente. Me llamó la atención la gran cantidad de cafeterías y cafés, a los que solía ir a tomar un café y disfrutar del buen ambiente. Porque el café, en mi opinión, es herencia, tradición, arte y creatividad.
Una de las cosas que más me gustaba en Vigo era disfrutar de un café en unas de las cafeterías repartidas por toda la ciudad. Rápidamente me di cuenta que en esta ciudad, mires donde mires te encuentras cafés aquí y allá, en cada calle o callejón, en cada rincón o esquina. Para mí el tomar café no es solo una rutina diaria, un gesto rápido y apurado, es un ritual social y cultural. Para mí estas pequeñas cafeterías son espacios y clubes culturales, a través de los cuales puedes conocer el folclore y costumbres de la gente; una pequeña oportunidad de intercambio cultural

Le debo mucho a esa taza de café, que me introdujo a tantas cosas de Vigo y me hizo recordar muchas otras de mi pasado. Tiene un sabor peculiar, diferente a ese café que tomaba en mi pueblo lejano en Yemen, cuna del café. Pero ese sabor especial me transporta al mundo de la imaginación y me hace viajar a mi lejano país, evocando el olor de las plantas de café, el fuerte olor que rezuma de las terrazas agrícolas. Imagino a hombres y mujeres, muchas veces de avanzada edad, cosechando los frutos del café con mucho cuidado y amor, antes de secarlo y molerlo manualmente en moldes hechos de piedras sólidas. Por último, preparar el café a la leña de la misma manera tradicional que heredó mi pueblo hace cientos de años, para tomar una taza de café cien por ciento natural. Con un sabor inigualable, sobre todo si se le añaden las especias orientales procedentes de la India como el cardamomo y el azafrán, y se acompaña de un plato de dátiles de los frutos de las palmeras del desierto procedentes de la Península Arábiga o de países del norte de África como Argelia o Túnez.
En un solo plato puedes recoger culturas, artes, costumbres y tradiciones de todo el mundo.
En aquellas pequeñas cafeterías de Vigo viví situaciones, anécdotas, historias, sentimientos y recuerdos inolvidables, y con cada nuevo café que tomaba descubría algo nuevo de las tradiciones, la belleza y el esplendor de esa ciudad.

Por casualidad, mis pies me llevaron un día a un pequeño café árabe situado en una de las callejuela de Vigo. Estaba regentado por una noble muchacha marroquí llamada “Samira” oriunda de la ciudad de Tetuán, a la que los españoles llaman la “Blanca Paloma”, en el norte de Marruecos.
Entré a ese café y quedé asombrado por los detalles en la decoración de las paredes, que imitan las inscripciones y decoraciones de edificios, mezquitas y arcadas de Rabat, Marrakech o Fez, y reflejan una pintura maravillosa de su patrimonio arquitectónico.
Ese día, fui recibido por el noble joven Ahmed, el esposo de la chica que dirige el café, y después de intercambiar saludos, tomé el menú y mis ojos se posaron directamente en el famoso tajín. “Tajín de carne con ciruelas”, un plato que me hizo retroceder dos años en el tiempo, a cuando comí un plato similar en la capital marroquí, Rabat.

Acompañé ese plato perfecto con una taza de té de menta marroquí caliente, que me llevó sobre la alfombra voladora a la atmósfera de las calles de las antiguas ciudades marroquíes de Fez y Marrakech.
Como me suele ocurrir, conozco a las personas sin demasiadas presentaciones, es una característica que muchos amigos me critican. Una vez que conozco a una persona, rompo las barreras y las formalidades entre él/ella y yo, le hablo. Así ocurrió con Samira, dando rienda suelta a esa parte de mi personalidad que me lleva a pensar que la sencillez y la espontaneidad es la mejor manera de conocer a gente.
Así, la relación entre ese café, su propietaria, “Miss Samira”, y yo se fortaleció y transformó de un simple cliente a un amigo y hermano de la familia. Fue una buena oportunidad para conocer muchos detalles sobre las condiciones de estas personas, sus inquietudes, sueños y esperanzas.
Samira llegó a España hace 12 años, y trabajó duro y diligentemente en más de un oficio para contribuir a compartir la responsabilidad y las penurias de la vida con su marido “Ahmed”. Hace un año pudo abrir su pequeño proyecto, representado por ese café. Además de café, es todo un espacio cultural que ofrece intercambio entre la cultura árabe y española a través de deliciosos platos de comida tradicional, música árabe y el muwashahat, música, arte y danza de Andalucía.
Samira trabaja asiduamente y por partida doble, ya que compagina el cuidado de sus hijos con la llevanza de los asuntos del restaurante. Sabe aprovechar el tiempo y lo organiza de tal manera que afirma armonizar perfectamente sus deberes como ama de casa y madre de tres hijos con su trabajo en la cafetería.

Durante mi conversación con ella me dijo en una carta: “Mi primer proyecto son mis hijos”, pero también sueña con hacer crecer ese restaurante y que se vea mejor y más brillante. Es lo que ha estado planeando y trabajando durante un tiempo, y ese sueño sigue brillando en sus ojos día tras día, continuando su camino con paso firme y gran determinación.
Samira, que recibe a sus comensales con una calurosa bienvenida, se llena de alegría cuando los clientes manifiestan su satisfacción y aprobación por los platos servidos. Siempre presenta sus platos de la forma más elegante, combinando dulce y salado, tradición árabe con la herencia española. Lo que confiere más belleza aún al plato de comida, son sus ingredientes, naturales, auténticos productos de la tierra, que te acercan a la naturalezas y a las raíces.


Todos estos pequeños detalles son lo que se llaman el “secreto del oficio”, y dan al trabajo de la persona ese aura de luz y brillo.
Para mí, que solía caminar una gran distancia para disfrutar de un plato de tajín delicioso o una taza de té de menta con el famoso pan tradicional “Msmen”, el asunto no terminó ahí. Empecé a invitar a muchos amigos a ese café, para compartir la experiencia conmigo. Amigos de diferentes entornos y culturas de origen.

Esa diversidad enriquece culturas y unifica pueblos. El té verde procedente de los confines de India y China es elaborado con mucho mimo por manos magrebíes. Y el café de Sudamérica se hace con mucho mimo y amor en manos españolas. Estas conexiones entre países diferentes, estos rasgos diferentes que llegan a cruzarse, tienen muchas belleza, una belleza que une.
Personas, historias, comidas que enriquecen y unen, son las cosas que busco en España y son el camino hacia donde me llevan mis pies.
Todavía me queda mucho por contar, aún tengo mucho que decir sobre Vigo, sus hermosas calles y jardines, cultura, gente y belleza.
Muy bonita memoria, me ha parecido una de las mejores que he leído, redactada de una forma tan tranquila y detallada que te permite viajar e incluso saborear los cafés y delicias que ha descrito el autor. Sinceramente, enhorabuena.👏🏽👏🏽
Gracias Yousef por saber apreciar la belleza y describirla tan bien. En Samira, de momento, sólo saboreé su rico té a la menta y sus deliciosos dulces y estoy deseando probar su “tajín” con carne y ciruelas, ya te contaré.
Abrazos fraternales desde Vigo.