
La feminización de la precariedad es cada vez más profunda. Existe una carga extraordinaria de muchas mujeres en tareas de cuidado y domésticas que se le suma, en algunos casos, el trabajo remunerado. La brecha salarial entre hombres y mujeres es aún muy amplia, sobre todo en la región de América Latina. Por ello, en muchos casos, la relación de las mujeres con el trabajo se ha caracterizado por la explotación. Las mujeres, aquellas racializadas, empobrecidas, invisibilizadas, marginadas y explotadas, demandan una reorganización social y luchan por la emancipación.
Por otra parte, es fundamental entender la relación con el trabajo y el género más allá del trabajo remunerado y no remunerado. Tomar en cuenta la perspectiva interseccional para comprender la interconexión con las estructuras sociales que originan situaciones de desigualdad para distintos colectivos. La conjugación de raza, clase y género pueden originar estructuras de opresión que se evidencian en el campo laboral, sobre todo en el que nos estamos refiriendo.
En este aspecto, vemos como el servicio doméstico es uno de los nichos laborales para este grupo de personas inmigrantes en los países de destino. Mujeres que provienen de hogares de bajos recursos y grupos sociales menos beneficiados. En algunos casos, muchas de ellas tuvieron que salir de sus países por crisis económicas e inestabilidad política, entre otras razones. La huida ha sido una vía de auxilio económico para ellas y sus familiares. Estudios señalan que, al buscar nuevas oportunidades de ingreso, muchas se han dedicado al cuidado de ancianos y ayudantes de limpieza. Pero este trabajo de cuidados en el sector doméstico adolece de reconocimiento e invisibilidad de quienes lo realizan; y pronuncia las desigualdades de género, social, étnicas y migratorias.
La calidad de estos trabajos ha sido siempre inferior a la de otras ocupaciones, carecen de derechos laborales y protección social. Asimismo, los estereotipos de género han consolidado una idea que el trabajo de cuidado no necesita conocimientos técnicos pues estaría más relacionado con esas cualidades “naturales” que se le han impuesto a las mujeres gracias a esas teorías naturalistas y biologicistas que han contribuido a desvalorizar e invisibilizar el trabajo de las mujeres en este y en muchos campos. En este sentido, las precarias condiciones laborales han sido justificadas por todo un sistema social y cultural.
La realidad mundial es que el incremento en la participación laboral de las mujeres no ha reorganizado el sistema socio-económico ni ha mejorado la redistribución de los tiempos dedicados al cuidado de la familia. Las transformaciones en la organización del trabajo y la producción han derivado la precariedad e inseguridad, pronunciando así la tensión entre la vida laboral y personal y familiar, y, este escenario se evidenció aún más durante el confinamiento provocado por la Pandemia de COVID-19.
Los cuidados y todo su sistema de apoyo, desarrollo, están inmersos en un sistema de mercantilización que han convertido el papel del trabajo doméstico remunerado en un punto clave para satisfacer las necesidades del capitalismo.
Este 1ero de mayo, día internacional de las trabajadoras y trabajadores debemos comprender que las desigualdades socioeconómicas, de género y étnico-raciales en la sociedad y en el mercado de trabajo recaen en gran medida a las mujeres. Este contexto nos recuerda que aun la esclavitud y la visión colonialista no se han abolido. El trabajo doméstico y de cuidado remunerado es una de las fuentes de trabajo de mujeres más empobrecidas y con menos educación que provienen de sectores sociales más estigmatizados por lo que sigue siendo un trabajo en el que confluyen las desigualdades de género, clase, étnicas y raciales.
Por ello, también es importante entender que este trabajo impone, al pasar de los años, cuerpos cansados, con mucho desgaste y que, al seguir precarizadas, las mujeres no logran ingresar a un sistema de salud digno al que puedan acudir para paliar y cubrir las consecuencias de su larga trayectoria de vida y cuidados, labores que históricamente han sido invisibilizados y que carecen de protección social, entre otros derechos fundamentales.
Sobre la autora
María M. Pessina Itriago es docente y directora del Observatorio de Género de la Universidad de UTE. Asimismo, es candidata a Doctora de Sociología (FLACSO-Ecuador)